La verdad absoluta no existe porque quien defiende su verdad lo hace según sus circunstancias, mientras tanto, lo más parecido quizá esté en el acuerdo. Por algo, todo aquello que se hace de manera razonable, se dice que se hace con sentido “común” ―corriente, recibido y admitido de todos o de la mayor parte―.
Acabamos de celebrar el 40 aniversario de esa puesta en “común” que, en su día, gracias al consenso y la suma de ideas, nos trajo la democracia, pero cada vez son menos los motivos de celebración. La desesperación saca lo peor de nosotros mismos y, una sucesión de errores por parte de quienes nos gobiernan ha provocado 400.000 votos de desesperación. Cuando las personas están desesperadas escuchan con los oídos bien abiertos cualquier discurso que les diga que las cosas van a cambiar de rumbo porque, cuanto te prometen un cambio aprovechándose de situaciones personales insostenibles, solo te planteas que las cosas vayan a mejor pues parece imposible que puedan hacerlo a peor.
400.000 votos de desesperación no siempre conllevan 400.000 situaciones de desesperación. Los continuos casos de corrupción, los oportunismos o la mala gestión del dinero público y de los conflictos nacionales son, en parte, culpables del avance desmesurado de la ultraderecha. Porque esos motivos si llevan a la desesperación. Sin embargo, hay quienes deciden provocarla ellos mismos en un intento de hacerse ver como una solución a problemas que ni existen. Causas inventadas carentes de datos fundados que las respalden.
Así es como un partido político en contra de las autonomías, de la Ley Contra la Violencia de Género, de la población extranjera, del colectivo LGTB y de otros derechos en general, llega hasta el poder. Con mentiras que generan alarma social. Ninguna de todas las cosas contra las que se posicionan suponen un problema en la medida que dicen y la realidad es que ellos son un problema en sí. Y no me refiero solo a Vox. Sino también a Trump, Bolsonaro, Salvini, Le Pen, Orbán. Una ultraderecha que promueve el racismo, el sexismo, la discriminación a las minorías y que está poniendo en peligro los valores democráticos de una Europa que hace 70 años quedó devastada por los extremismos.
La suma de ideas nos enriquece y la tolerancia es la base del diálogo, por tanto, todas las ideologías políticas son válidas. Democracia es elegir libremente a nuestros representantes según el criterio forjado a partir de experiencias vitales. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”: nuestro poder es el voto y nuestra responsabilidad saber a quién y a qué estamos votando. El problema llega cuando 400.000 personas eligen de forma democrática a un partido que pone en peligro la democracia.
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