Caperucita iba con su cestita a ver a su abuela cuando se encontró al lobo por el camino. El lobo, que era muy audaz, engañó a la niña para que se fuese por el camino más largo y, mientras tanto, tomar el más corto hasta llegar primero a la casa de la abuelita. Cuando llegó, se comió a la abuela y seguidamente se puso el camisón para que cuando entrase Caperucita, pudiese repetir la misma actuación con la niña.
Cuando Caperucita entró, encontró diferente a la abuelita, aunque cuando la niña se pudo dar cuenta, el lobo ya se la había comido. El animal, que necesitaba descansar, acabó quedándose dormido. Un cazador que paseaba por allí sospechaba lo peor y entró a la casa con un cuchillo. Acto seguido, le abrió la barriga al lobo y salvó a Caperucita y a su abuela.
Pero la historia no se acaba aquí, el cuento continúa. Caperucita ha crecido y ya no lleva una capa roja. El día que se volvió a encontrar con el lobo, llevaba un pañuelo rojo atado al cuello porque era San Fermín. Se dice que los malos nunca mueren y el lobo tampoco lo hizo. Esta vez, más salvaje y más cobarde, venía acompañado de su manada. Cinco eran los lobos que querían comerse a Caperucita.
Igual que en el primer cuento, Caperucita iba andando sola y, en su trayecto, se cruzaron los cinco animales que la engañaron. La casa de la abuelita ya no era una casa, sino un portal que Caperucita recordaría para siempre. En ese portal, los lobos hicieron turnos para comerse a Caperucita y, cuando ya no quedaba nada de ella, se fueron. Caperucita se dio cuenta de que la manada antes de irse no le robó la cestita, la manada le robó el móvil y se sintió más indefensa que nunca. Esperó y esperó que el cazador, como en el cuento, viniese a salvarla. Pero nadie llegó, y lo poco que quedaba de Caperucita en ese momento, lo usó para reunir las fuerzas suficientes y marcharse ella misma en busca de ayuda. Más que un cuento, todo aquello parecía una pesadilla.
Caperucita fue muy valiente contando su historia, pero aun así, había gente que no la creía. Le preguntaban si ella dio permiso a los lobos para que se la comiesen o si intentó defenderse de alguna manera. La manada, en cierto modo, había convencido a parte de la sociedad de que no eran tan malos. Caperucita siguió con su vida, pero las huellas de los lobos quedaron siempre en su memoria. Y en nuestra memoria también ha quedado su historia, porque nosotras no hemos sido las protagonistas del cuento, pero podríamos serlo en cualquier momento.
Caperucita, no estás sola. La manada ahora somos nosotras, que gritamos para que los lobos no vuelvan al bosque sin escarmentar por lo que te hicieron. Para que no se repita más este cuento con otra Caperucita, nos vestimos de morado con la fuerza de mil manadas.
Salimos con pancartas a la calle y poco a poco, las cosas cambian. Algún día dejaremos de tenerle miedo a los lobos. Mientras tanto, nosotras sí te creemos.
“No es la fuerza física, amenaza, coacción o resistencia de la víctima lo que debe definir la violación, sino la ausencia de consentimiento”. Amnistía Internacional.
Excelente exposición y contenido.
Llegarás muy lejos, sigue así.
Comporto al cien por cien tu opinión. Publicaciones como ésta ayudan al despertar de la sociedad.
Una comparación interesante, los cuentos infantiles han servido para perpetuar las representaciones patriarcales, El periodismo necesita feministas como la autora