El otro día me tocó una botella de alcohol en un sorteo de los que organizan muchas discotecas para promocionarse cuando se acerca el fin de semana. Para los que no estén muy puestos en el tema, una botella en un sitio así puede costarte alrededor de unos 60 euros. Lo siguiente que me preguntaron fue mi nombre y el de cuatro amigas más para reservármela. Supuestamente era mi “premio” y ni si quiera tenía opción a que mi grupo fuese de tíos porque si no, no me la daban. Y es que el premio no es la botella, el premio les ha tocado a ellos con el negocio que hacen gracias a nosotras.
Dejando a un lado la honestidad de estos sorteos en los que casi siempre gana alguna chica, no hace falta ser economista para saber que en las chicas encuentran el mayor de los reclamos al mejor de los precios. Porque compran a un grupo de cinco niñas con una botella que no les cuesta ni lo que a nosotras el taxi de vuelta a casa. Sin darnos cuenta, hacemos ganar mucho dinero a unos señores que no tienen escrúpulos en cosificar a las mujeres y en engañar a los hombres que pagan todo lo que no tenemos que pagar nosotras.
Si no pagas por el producto, es que a lo mejor tú eres el producto. Y sexismo no es solo el tío que te pita en su coche cuando vas de camino a la discoteca o el que te acosa durante toda la noche. Sexismo también es que te hagan pagar con tu cuerpo en vez de con tu dinero.
La mayoría de veces, las cosas no son lo que parecen y nos estancamos en la superficie de todo. Nosotras vamos como un rebaño a los sitios en los que entramos gratis y los chicos ―también yendo como un rebaño— se quejan de que ellos sí que tienen que pagar la entrada. Pero ninguno de todos nosotros solemos profundizar en ello por ignorancia o, aún peor, por falta de espíritu crítico. Y es que quien hace las cosas sin pensar por qué las hace se acaba convirtiendo en la marioneta de alguien que sí las tiene muy meditadas.
Por cierto, a los del sorteo del otro día, meteos la botella por dónde os quepa. Sé que, al ser mujer, soy inevitablemente un reclamo no solo en vuestra discoteca sino también en publicidad, videoclips y eventos de toda clase. También sé que es muy difícil cambiar eso cuando todo está diseñado para que ni siquiera seamos conscientes de ello. Sé que seguiréis haciendo sorteos y buscándoos el modo de haceros ricos a costa de nuestra indiferencia. Que todo tiene un precio y que cuando parece no tenerlo es que solo es que se paga de otra forma.
Pero, sobre todo, sé que saber es la mejor forma de evitar que te manipulen. Porque las malas intenciones solo las ve quien va siempre con los ojos abiertos. Y los ojos abiertos no funcionan nunca en mentes cerradas. Así que yo ni os lo compro, ni me compráis.
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