El Papa Francisco nos propone unas intenciones concretas para cada mes del calendario en el dos mil dieciocho. Peticiones acerca de temas mundiales que a él le preocupan, unos de carácter universal y otros pensando en la evangelización, estás últimas corresponden a desafíos de la vida propia de la misma Iglesia desde un deseo profundo de que la Iglesia sea instrumento para la evangelización. Él mismo nos dice: querría invitaros a que os unáis a la Red Mundial de Oración del Papa, que difunde, también a través de las redes sociales, las intenciones de oración que propongo cada mes a toda la Iglesia. El mes de julio es dedicado a la evangelización, con la intención particular de orar por los sacerdotes en su misión pastoral, sobre todo por los sacerdotes que viven con fatiga y en la soledad el trabajo pastoral para que se sientan confortados con la ayuda de la amistad con el Señor y con los hermanos. Por eso, en este mes de julio, quiero pedir por todos los sacerdotes y por mí en particular. Por todo lo vivido en estos once años sirviendo a la Iglesia en esta comunidad parroquial de Santa María de la Encarnación y San Juan Bautista de Vélez-Málaga. Quiero resumir con este escrito lo que yo creo que pierdo y lo que yo creo que he ganado en estos años; todo desde mi subjetividad, pero desde un espíritu de oración y de discernimiento, aun sabiendo que Dios escribe derecho en renglones torcidos y rezando el salmo que dice: los que sembraban con lágrimas recogen entre cantares. También rezando la parábola del sembrador y la explicación que el mismo Jesucristo da a su parábola en el Evangelio de San Mateo en 12, 18-23.
Nunca me hubiera imaginado que estuviera al frente de una Parroquia en la que habitan diecisiete hermandades y cofradías. Tampoco creía verme implicado en los proyectos sociales como los que afronta y acompaña esta Parroquia de dieciocho mil habitantes. No conocía la idiosincrasia de este pueblo para algunas cosas y con aspiraciones de ciudad para otras muchas. El primer reto a afrontar ha sido crear una unidad pastoral entre las dos parroquias que me habían sido encomendadas: Santa María de la Encarnación-Las Claras y San Juan Bautista, dos feligresías que se unen y que de ellas sale una nueva Comunidad. Todo este proceso provocó heridas, huidas, desencantos, críticas hirientes y por supuesto que también se dio un crecimiento en muchos de los cristianos adultos convencidos de esta unidad. Aunque yo venía con fuerzas renovadas y con un gran celo pastoral, no fue fácil sustituir a un compañero y hermano sacerdote que había permanecido en el servicio de la Comunidad Parroquial veinte años consecutivos. A todo ello se une el vendaval de la crisis económica y social en la que nos hemos visto inmersos todos los españoles y todas las naciones del mundo. También se da una crisis integral y trasversal, pues los valores y los principios que dan sostenibilidad a Europa flaquean y son interrogados, el estamento de la familia queda desestabilizado, el avance técnico y revolucionario de las redes internautas tocan lo inmediato y todo lo convierten en pasado y el gran conocimiento del mundo es visitado por todos nosotros con rapidez….
Lo cierto es que llegué con muchas ilusiones y energías y me marcho desde el abatimiento y el cansancio prolongado. Pero no quiero ser pesimista y por ello reconozco que he tenido la gran dicha de encontrarme con excelentes apóstoles entregados a la Iglesia y con una disponibilidad admirable con su tiempo, sus recursos y cualidades y talentos puestos al servicio de la Comunidad Parroquial al igual o más que cualquier sacerdote al entregarle un nombramiento y el cuidado de una parcela del pueblo de Dios.
Quiero marcharme en paz, en la medida de lo posible, por un lado pidiendo perdón por el mal que he podido sembrar por mis incoherencias y escándalos que haya causado, fruto de mis pecados y de mi inmadurez. Pedir perdón a todo el que haya molestado o a todos aquellos que han buscando a un sacerdote santo, sabio y sano y no lo han encontrado en mí. Perdón hermanos. Y también quiero dar las gracias a todos aquellos que me habéis acompañado con vuestras oraciones, con vuestra paciencia infinita, a los que habéis sido valientes a la hora de decirme mis fallos o desaciertos. Quiero agradecer infinitamente todas las muestras y detalles de cariño que habéis tenido conmigo. Y por supuesto dar las gracias a todos los coordinadores y responsables de cada Grupo o de cada Hermandad, sin vosotros el mecanismo interno de la Parroquia nunca hubiera marchado y brillado. Espero nunca olvidar el amor y la pasión que muchos de vosotros habéis aportado con vuestra siembra a esta Comunidad Parroquial con vuestra acogida, escucha, entrega, ilusión, alegría… Pues sí, gracias a todos aquellos que os habéis creído de verdad que sois piedras vivas en las manos del Señor.
Y por último, haceros un encargo, pedid por mí, para que mejore como persona, por mi salud física y psíquica, para que el Señor siga avivando mi vocación y yo sepa decidir por Él; y cómo no, os pido que acojáis al nuevo sacerdote que regirá esta querida Parroquia, que sepáis acompañarle, ayudarle y ofrecerle lo mejor de vosotros mismos. Un fuerte abrazo y bendiciones, y sabed, que: ¡Pierdo mucha vida y gano mucha vida!
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