La igualdad está inevitablemente vinculada a la suerte como Beethoven, aun sordo, lo estaba a la música. Si hablamos de injusticias, hablemos del genio que perdió el oído y compuso el Himno de la Alegría como quien busca una salida en medio de la oscuridad. Su historia suena a sonatas, sinfonías y sobre todo a contradicciones. El mundo está lleno de estas y a veces cuesta encontrar el sentido de las cosas en mitad del caos.
Entre tantos sinsentidos, pocas veces nos planteamos por qué algo tan básico como la igualdad entre personas está en manos de la suerte. De la suerte de nacer en una parte del mundo o la desgracia de nacer en la otra. Y no van a importar nada los tréboles de cuatro hojas ni los amuletos, porque si aprendiste a andar en un lugar cuyo suelo tiembla por culpa de las bombas y del miedo, todos los días van a ser martes 13.
Beethoven hacía de la música su salvavidas tal y como el mar también fue siempre la única vía para aquellos que se lanzan a él confiando en una suerte que acostumbra a fallarles. El genio componía siguiendo su instinto como lo haría un animal perdido que siempre acaba encontrando el camino de vuelta a casa. Pero si casa no es calma, hay quienes prefieren no encontrar el camino de vuelta, huir en dirección contraria y perderse con la esperanza de encontrarse mañana en un lugar mejor.
Las comparaciones son odiosas, pero las contradicciones lo son aún más. La historia del músico que poco a poco tenía que imaginarse como sonarían sus obras no es tan trágica si tenemos en cuenta que al menos nació hombre. Y es que en el año 1800 hasta un sordo podría dedicarse a la música antes que cualquier mujer. Por ello, Beethoven le debía mucho a la suerte y el Himno de la Alegría, como muchas otras obras perdidas, nunca hubiesen sonado si su compositor tuviese nombre de mujer.
Todavía quedan hoy muchos hombres endeudados con la suerte en otras partes del mundo. Porque si nacer en Yemen, Somalia o Irak es una condena que condiciona el futuro de cualquier persona, nacer mujer en uno de estos países se convierte además de condena, en tortura. Y en estos lugares la suerte no se cobra nada porque nadie tiene nada. Así que la diosa fortuna, caprichosa e interesada, abandona a quienes más la necesitan y entonces todos los desastres acaban ocurriendo siempre de manera estratégica en los mismos lugares.
Mientras todo esto pasa, el resto del mundo mira para otro lado porque dicen que ojos que no ven, corazón que no siente. La ignorancia es un refugio, como también lo es a veces el silencio. Silencios incómodos y silencios bonitos. Silencios que hablan mucho más de lo que callan y silencios fugaces que duran una eternidad. Ojalá romper las barreras que nos impiden ver lo que está ocurriendo en los lugares más alejados de la suerte fuese tan fácil como romper un silencio. El destino de las personas no está escrito, pero sí está condicionado. Porque antes de que te permitan llegar hacia dónde vas, todos te preguntan de dónde vienes.
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