El despertador ha sonado a las 03:40h, me levanto de mi cama de la habitación de la Hospedería, me refresco la cara con agua, aseo mi cuerpo, me visto y me dispongo a participar de las Vigilias, la oración de media noche, a las 04:30h en la Iglesia del Monasterio Cisterciense de Santa María de las Escalonias en Hornachuelos, Córdoba. No deja de sorprenderme la vida de estos monjes y produce en mí gran admiración sus vidas sencillas, que más allá de lo que yo puedo ver, pero aun así vislumbro tal sabiduría del monje: buscar al Señor y dejarse encontrar por Él.
¿Cuántas veces he pensado y he escuchado a mí alrededor eso de: para qué sirve un monje? Todas las personas opinamos a la ligera y con faltas de conocimientos y de amplitud eclesial. La ignorancia es muy atrevida; pero ciertamente tengo ya motivos suficientes para no ser tan espontáneo en mis comentarios y prefiero callar, contemplar sus vidas y simplemente participar de algo de lo que ellos me aportan: silencio y cotidianidad; pues Dios me habla con mucha trasparencia a través de la vida monástica, regalo que la Iglesia nos ofrece al poder participar unos días en sus hospederías. Ellos tan sólo escuchándolos en el rezo de su salmodia cantadas suscitan en cualquiera de nosotros interrogantes que nos situarán cara a cara delante del mismo Señor.
Soledad y fraternidad, sencillez y cotidianidad, silencio y serenidad, humanidad, caridad y compromiso. Descubro un potencial de espiritualidad en esta vocación de la que tan sólo bebemos un sorbito todos aquellos que participamos unos días hospedándonos en su Monasterio.
La vida ordinaria y cotidiana se puede transformar en extraordinaria si cada día celebramos la presencia de Cristo a mi lado, Aquel que inunda por completo, de una forma sencilla, espontánea, real y constatable. Algo muy parecido al enamorado que pasea con su amada cogido de su mano y se les pasan las horas, pierden la noción del tiempo y tan sólo lo que hacen es amarse y disfrutar el uno del otro. Pues la vida tiene que tener un sentido y si Dios habita en mí y yo en Él, el corazón encontrará felicidad y a su vez aspiración de felicidad eterna.
Cuando camino desde la casa de la Hospedería a la Iglesia, donde se celebrará Las Vigilias, me alumbra un cielo estrellado, que como a Abraham el Padre de los creyentes, el mismo Señor, nos recuerda y nos promete descendencia a todos aquellos que sigan sus caminos y lo busquen con un corazón sincero fiándose de Él.
Mirando a las constelaciones pienso en los monjes que viven en la familia de este Císter y rezo por cada uno de ellos: Javier, el Prior, padre Lisandro, padre Pepe y hermanos: Ángel, Abdón, Juan Carlos, Alfonso, José y José Manuel… por su perseverancia en sus vidas dedicadas a la alabanza y a la adoración al Señor Nuestro.
Su salmodia se convierte en la dulce miel que saborean sus paladares. Ora et labora es la realización de la humanidad integrada de sus personas. La fraternidad y la comunidad es el ejercicio del apostolado de sus vidas comprometidas, testimoniales, evangelizadoras, misioneras y eclesiales. La Meditación de la Palabra, La Lectio Divina, el estudio del Catecismo y del Magisterio de la Iglesia junto a la contemplación de Cristo en la Eucaristía es el alimento que sustenta y da energías a su vocación. El trabajo manual y el sudor de sus frentes es la fuente de salvación. Y todo para mayor gloria de Dios, todo absolutamente todo los lleva a Cristo, bastión y sostén de sus vidas. Sólo Él es mi roca y mi salvación… mi refugio. Salmo 61. Los pasos sosegados por la madre naturaleza es el hábitat de sus existencias.
Todo ello desde el silencio. Silencio que es el amigo y compañero en sus celdas, en sus trabajos, en sus descansos, en sus oraciones… pozo de donde brota el Agua Viva, lugar de encuentro cuasi sacramental. Dominio de sí y perseverancia en lo esencial, donde la calidad de la vocación se cuece poco a poco. ¡Señor, haz que me acerque a la sabiduría del monje!
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