Cada semana, son muchas las personas que se quejan por el arbitraje sufrido por su equipo. Todos, y quien diga que no seguramente esté mintiendo, hemos echado en alguna ocasión la culpa de una derrota de nuestro equipo al árbitro.
Por un momento, deja la mente en blanco. Imagina ser cualquiera de los colegiados que ves en cada partido. Saltas al terreno de juego con un estadio con miles y miles de personas poniendo la mirada sobre ti. Esto sin imaginar un Bernabéu o un Camp Nou con más de ochenta mil personas. Cada fallo tuyo será criticado en decenas de televisiones, periódicos, etc…
¿Qué harías tú cuando ves, por ejemplo, que un futbolista que juega de local cae al suelo dentro del área habiendo cuatro o cinco jugadores delante tuya que te impiden la visión? Si no señalas nada, todo el estadio se te echa encima, pero si lo pitas, puedes ser castigado por el comité en caso de que las imágenes demuestren que no hubo ninguna acción antireglamentaria.
Otra función difícil es la del linier. Imagina a la velocidad que se juega el fútbol tener que estar siempre en línea con el último defensa. El ojo humano es incapaz de percibir muchas veces estas jugadas dudosas, por eso los asistentes señalan los fuera de juego en la mayoría de ocasiones por sensación más que lo realmente visto, debido a la dificultad.
Es muy fácil llegar a casa, encender el televisor y con infinidad de imágenes y tecnología descubrir que han mal anulado un gol a tu equipo por unos pocos centímetros. Siendo serios, la gente, y yo me incluyo, atizamos demasiado a los árbitros, ya que no nos gusta cuando se equivocan en contra de nuestro equipo, pero cómo que les pasamos la mano si el error beneficia nuestros intereses.
Con este artículo me gustaría concienciar a todas aquellos que van a un campo de fútbol y se acuerdan de los familiares de los árbitros por considerarse perjudicados. Que piensen en estar en su situación, y si les gustaría estar ejerciendo su trabajo mientras un grupo de personas le insultan por equivocarse alguna vez. Es muy fácil centrarse en el hombre del silbato o el banderín, y ya mejor ni hablar cuando la persona que se encarga de dirigir el partido es una mujer, ahí ya si que no existe nada más, que los insultos encuentran su diana.
Con la ayuda de todos, en un futuro, no existirán los insultos, ni a árbitros ni a contrarios. Si desde pequeños enseñamos a los más jóvenes el verdadero espíritu del deporte, dentro de una década tendremos un fútbol mejor que disfrutar, en el que todos los aficionados tengan grabado el lema que ya difunden muchos equipos de nuestro país: “Insultar no es animar”.
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