El 11 de julio aterricé en el aeropuerto de Philadelphia como quien se deja caer en el lugar de sus sueños. Siempre intento evitar las expectativas para no decepcionarme, pero cuando puse un pie en Market Street, sabía que si en algún momento las habia tenido, ya estaban superadas. Cuando las personas descubrimos lugares nuevos, nos fijamos en cada detalle, lo grabamos en nuestros teléfonos y a veces, con un poco de suerte en nuestras mentes. Viajar es observar, observar es aprender y aprender es crecer.
Siete días más tarde y 225 kilómetros al sur de Philadelphia, como si de una película ambientada en los Felices Años 20 se tratase, alguien me explicó en qué consistía el sueño americano. Yo lo entendí como una serie de aspiraciones vitales relacionados con el éxito económico y social a las que todo el mundo puede optar independientemente de su origen o situación.
Creo que en este sentido, muchos de mis profesores considerarían que ya sé lo que es el sueño americano. Desde pequeños, una y otra vez nos repetían que si éramos capaces de explicarle algo a otra persona es que ya lo habíamos entendido. Sin embargo, yo no comparto esa teoría. Comprender bien un tema no es saber explicarlo, sino saber cuestionarlo, ir más allá hasta romper la superficie y desvalijar los sinsentidos de la teoría con tus propios argumentos. Analizar antes de asumir.
Yo ni asumo ni creo en el sueño americano porque no es un sueño, sino una ilusión que impide a las personas preguntarse por qué siguen invirtiendo tiempo y esfuerzo en mantener un sistema creado por y para enriquecer a los de siempre.
Madrugones, prisas, trabajo y más horas extras de trabajo. Toda una carrera de obstáculos en la que desde el primer pistoletazo de salida se asume que probablemente no sea una vida feliz ya que, según el sueño americano, la felicidad es destino y no recorrido.
Nadie se detiene a descansar ni mucho menos sobra tiempo para reflexionar. El insaciable ritmo de vida se convierte en un hábito tan automático que da miedo pensar si somos máquinas o personas mientras las hojas del calendario pasan tan rápido como las estaciones de metro que separan tu casa del trabajo.
6 y media de la mañana y a millones de americanos les suena la alarma para irse a trabajar. Buenos días, aunque en realidad todos sigan soñando. Qué difícil abrir los ojos, mirar a tu alrededor y ver la realidad. Qué difícil mirar en tu interior y ver la realidad. Qué difícil despertar del sueño americano.
No tiene desperdicio .Estupendo artículo donde se muestra la realidad del día a día de cada persona