Cuando Donald Trump ganó las elecciones de EE. UU. muchas personas ya temían una Tercera Guerra Mundial. El sector más optimista se alejaba de la postura anterior, pero, aun así, veía al nuevo presidente como un peligro para la estabilidad diplomática internacional. Su victoria fue descrita en los titulares de todo el mundo como “sorprendente”. Yo pienso que sorpresa es una fiesta de cumpleaños o el regalo que viene dentro del huevo kínder, porque si la sorpresa es mala, no es una sorpresa, es una decepción.
Lo de Trump fue una decepción, un fracaso disfrazado de victoria que se pone hoy en cuestión ―entre otras cosas— por la injerencia rusa o por las fake news que circulaban en redes sociales. Sin embargo, no basta con eso para ganar unas elecciones. Para alzarte con una victoria electoral, necesitas de cierto respaldo social y, detrás del magnate de la construcción, hay millones de apoyos en forma de votos o, visto de otro modo, millones de personas a las que no les parece tan descabellada la idea de construir un muro gigante en la frontera con México.
Durante su campaña electoral, el candidato era a ojos de todo el mundo un desequilibrado. No sé hasta qué punto estoy de acuerdo en considerarlo como tal, lo que sí sospecho, es que su discurso xenófobo y populista no se ha quedado en el interior de las fronteras que con tanto ímpetu protege. El caso es que la política migratoria de Trump ha llegado —aunque no en patera― a muchos países de Europa para quedarse.
A través de este tipo de discursos políticos, se extiende y perpetúa la idea de que los recursos del país son limitados. De este modo, el ciudadano respalda las medidas restrictivas pertinentes ante la llegada de inmigrantes convencido de que van a quitarle el puesto de trabajo o a colapsar los servicios públicos cuando, en realidad, estos problemas son principalmente causados por el propio gobierno. A mí me vale esta hipótesis para lograr entender cómo llegó Trump a la Casa Blanca. No sé si es la mejor, pero al menos es una explicación de algo que todavía hoy muchos no comprenden.
A diferencia de los peores presagios, Trump no ha traído consigo la III Guerra mundial, pero si ha creado un clima antinmigración en Europa en el que ya determinados políticos no se sienten tan incómodos rechazando los valores de solidaridad e igualdad sobre los que esta unión de Estados se creó. La crisis migratoria es un problema, pero hablar de ella en forma de cifras y no de personas lo es aún más.
Curiosamente, en nuestro país, el mensaje xenófobo no ha calado con la misma fuerza que en lugares como Francia, Italia o Austria. Y es que yo soy de las que piensan que España tiene memoria, aunque haya muchos que lo quieran negar. Los fantasmas del pasado siguen estando presentes y despiertan la conciencia de los que todavía recordamos que hubo una época no tan lejana en la que también se huía de aquí.
Me ha encantado este artículo, por ser coherente y racional. Enhorabuena y seguro que llegarás muy lejos.
Muchas gracias!