Un 25 de febrero de 1877 nacía en Sevilla Manuel González García. Sus padres eran naturales de Antequera, Martín y Antonia. Tenían cinco hijos y uno de ellos había fallecido. Manuel es el cuarto de los cinco hermanos. La infancia de Manuel transcurre entre estudios, ayuda en casa, juegos y como todos los niños con muchos sueños. Perteneció al grupo de los Seises, niños que bailan en la Catedral en la Festividad de la Inmaculada y en el Día del Corpus Christi. Por iniciativa propia arregla el ingreso al Seminario Menor a la edad de doce años. En su tiempo de formación en el Seminario destacará por su amabilidad con los compañeros y su espíritu de servicio, junto a su piedad por las cosas del Señor. Es ordenado sacerdote el 21 de septiembre de 1901 y su primer nombramiento es como capellán de las Hermanitas de los Pobres. Con su gracia y salero tendrá embelesados a todos los ancianos y poco a poco entre juegos, charlas, catequesis y buen humor los acercará al Señor.
Realizó una Misión en el pueblo de Palomares del Río, y allí ante el abandono inminente de la Iglesia y de su Sagrario, D. Manuel siente la llamada del Señor a reparar los Sagrarios Abandonados y a cuidar siempre de ellos con su oración y su cercanía, mirar por su Capilla, los manteles bien blancos, su lamparilla encendida y siempre alguna flor acompañando a la belleza infinita, al mismo Jesucristo.
Lo destinan a Huelva cuando sólo tenía 28 años. Allí lo nombran Arcipreste. Se encuentra con una situación económica, social y religiosa muy difícil, pues los mineros de Huelva sufrían unas condiciones de trabajo infrahumanas y también se habían relajado en sus prácticas religiosas. Numerosos niños sin escolarizar y sin referentes ni modelos educativos y humanos. Al principio los niños le correteaban y le apedreaban pero D. Manuel, con su ingenio, sabiduría, pedagogía y constancia en la oración consiguió ganárselos. Él lo describe así: para atraer a los niños no hay nada más que un secreto: amarlos.
En Huelva crea las escuelas para los niños. Adecua iglesias y ermitas, y no cesa su ingenio para recaudar fondos para la financiación de las mismas, a través de rifas, venta de dulces, búsqueda de bienhechores… Para los que iban terminado los estudios primarios instituyó el Patronato de Aprendices, Escuelas de Aprendices, Granjas Agrícolas, Banda de Música…
Como ya hemos mencionado, fue un gran enamorado del Sagrario, de la presencia Eucarística de Jesucristo, para ello creó La Obra de Tres Marías y la de Los Discípulos de San Juan. Y esta devoción va a ser una constante en toda su historia; recorrerá pueblos, escribirá libros y cartas con estilo muy popular fomentando el conocimiento y el amor a Jesús en la Eucaristía.
En el verano de 1915 lo nombran Obispo Auxiliar de Málaga. Acepta este nombramiento desde la obediencia sin olvidar en ningún momento a sus niños, a sus mineros, a sus Escuelas de su Huelva…
El 16 de enero de 1916 fue consagrado Obispo en la Catedral de Sevilla, su oración en ese día era la siguiente: El tesoro de un obispo son su pobres y el cuidado de ellos su negocio preferente. Esperadnos todos lo que sufrís de alguna forma. Queremos llevaros el consuelo, la esperanza y el servicio que nos ofrece el Jesús del Sagrario. Para ello dejadme que sea ante todo elObispo del Sagrario Abandonado. Él será la fuerza, el amor y la alegría que me impulse y acerque a todos vosotros.
El Obispo titular de Málaga, Rvd. D. Juan Muñoz Herrera, era muy anciano y se encontraba enfermo. D. Manuel se instala en la parte más humilde del Palacio Episcopal. Inicia la visita a las parroquias y meses más tarde recorrerá todos los pueblos de Málaga. D. Manuel se encontró con mucha miseria y necesidades urgentes, descubrió que la gente estaban sin formación humana y cristiana; inicia un plan de re cristianización de Málaga dirigido a tres sectores: formar a los sacerdotes, a los niños y a los que aún conservaban la fe. Tras morir el obispo D. Juan Herrera, es nombrado Obispo titular en abril del 1920. Su campo de apostolado es en la calle, en los patios de vecinos, en las playas de San Andrés o del Palo… organiza la Confederación Nacional Católica Agraria.
Su gran amor continuó siendo Jesucristo Eucaristía. Las Marías, los Discípulos de San Juan, los Niños Reparadores… se van extendiendo por todos los pueblos. Crea las Hermanas Eucarísticas de Nazaret (hoy Misioneras Eucarísticas de Nazaret) para que sean las coordinadoras y propagadoras de sus obras.
D. Manuel tiene un nuevo sueño, un nuevo proyecto: un nuevo Seminario para educar a los futuros sacerdotes. Ideó una casa alegre llena de vida, en un entorno rodeado de la naturaleza, lugar propio para el estudio y para la oración. Renovó la pedagogía y la formación teológica; disciplina pero en un entorno familiar, que los seminaristas sintieran el Seminario como su propia casa. Espíritu Santo, concédenos el gozo de servir a la Madre Iglesia, de balde y con todo lo nuestro, rezaba D. Manuel. Creó un buen equipo de profesores y de formadores dedicados al Seminario.
El 11 de mayo de 1931 incendian el Palacio Episcopal. D. Manuel tiene que marcharse y se va a Gibraltar, desde allí escribe a sus sacerdotes y les aconseja en todo momento. Viaja a Ronda y se instala en el colegio de los Salesianos. Viaja a Roma y lo recibe el Papa, le recomienda que resida en Madrid, desde allí regirá la Diócesis de Málaga. Un destierro que hace mella en su alma.
Lo nombran Obispo de Palencia el 5 de julio de 1935. Son años muy difíciles, plena Guerra Civil Española, etapa donde el odio, la violencia y las enemistades hicieron mucho daño a todos los españoles y por consiguiente a todos los católicos.
A Palencia lleva todas sus fundaciones, instala un nuevo Nazaret, Centros de Marías y Discípulos de San Juan. Hizo un viaje a Zaragoza y llega a Palencia enfermo. Lo trasladan al Sanatorio de Ntra. Sra. del Rosario en Madrid. Fallece un 4 de enero de 1940.
Sus restos descansan en Palencia con la siguiente inscripción: Pido ser enterrado junto a un Sagrario para que mis huesos, después de muerto como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No dejadlo abandonado! Madre Inmaculada, San Juan, Santas Marías, llevad mi alma a la compañía eterna del Corazón de Jesús en el Cielo.
(Resumen de “La Fuerza de la Sencillez” de D. Francisco Rubia de Lagos, sacerdote diocesano 1974).
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