La música católica es sin duda una oportunidad real de evangelización y es a su vez parte integral de la celebración de nuestra fe. A través del canto y de la música cristina, don que recibimos de Dios, nos ayudamos a vivir la dimensión de la fe. Pues le cantamos a Dios, conversamos con Él y Él canta en medio de nosotros. Como pueblo en marcha le elevamos nuestras súplicas, nuestro ofrecimiento, nuestro arrepentimiento y nuestra gratitud. ¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios, qué agradable y merecida su alabanza! Nos dice el Salmo 147, 1.
Uno de los entendidos en este tema, Antonio Alcalde, nos dice en su libro Pastoral del canto litúrgico de la Editorial Sal Terrae, que el canto litúrgico es uno de los medios más excelentes, eficaces y pedagógicos para la formación cristiana y litúrgica de toda persona y de cada asamblea o comunidad y para la participación activa de todo el pueblo de Dios.
Muchos se equivocan o confunden esta dimensión litúrgica del canto en la Iglesia. El canto en la liturgia es más que un concierto o un escuchar con gozo una armonización de voces o una unidad de sonidos y de compases. Aunque cuando se canta bien y se utilizan los cantos apropiados para cada tiempo litúrgico, para cada una de las partes de la celebración eucarística o para los momentos de la oración comunitaria, el alma se eleva y se consigue un buen ambiente en la asamblea reunida. De ahí el dicho de San Agustín que quien canta bien, reza dos veces. Pero no está mal decir que no todo canto es válido. Además de que exista una calidad musical y un contenido profundo en teología y en la Palabra de Dios hay que saber discernir lo que más conviene y lo que no es posible dentro de las celebraciones en las Iglesias. El ideal es que toda comunidad parroquial tenga su cantoral litúrgico y que con asiduidad ensaye y ayuden a crecer en esta dimensión litúrgica a toda la feligresía que se reúnen en cada celebración, pues el objetivo principal es que el pueblo de Dios se encuentre con el Señor y Él nos transforme, nos reconforte, nos ayude a meditar y a dar sentido a nuestra vida.
Debemos de seguir las directrices de la Iglesia y ayudarnos con el Cantoral Litúrgico Nacional y saber adaptar músicas, melodías y composiciones con los textos litúrgicos y evangélicos. No se trata de que nos gusten los cantos por ser más joviales o tengan ritmos más modernos… se trata de rezar y ayudar a que la asamblea participe y crezcamos todos en esta dimensión de la fe de la Iglesia.
Por todo ello, es importante formar en cada parroquia un grupo de liturgia, un coro parroquial y algún cantor que pueda dirigir y animar esta faceta tan importante del canto litúrgico… y siempre acompañado por el sacerdote, quien debe de revisar los cantos y dar su aprobación o corregir aquellos textos que estén fuera de tono.
Me vais a perdonar… pero a veces no estamos en lo que estamos… aunque llevemos toda la vida en la Iglesia. Recuerdo en alguna que otra boda, que como canto de entrada han cantado Esta tarde se casa mi niña o en momentos de silencio, que la liturgia los tiene, Quiéreme u otros temas de autores muy reconocidos y de calidad musical, pero no son los cantos apropiados para la celebración litúrgica de una Eucaristía o de una boda, por más, que le gusten a los novios, a la madrina o al difunto…pues se ha dado todos estos casos.
Los directores de todos los coros que participan en las distintas liturgias: en las novenas, en los triduos, en el día del patrón o de la patrona de nuestros pueblos, en la Semana Santa, en la Navidad o en otras efemérides parroquiales deben de tomarse muy en serio los consejos de la Iglesia y descubrir que todo no vale, ni todo lo que se antoja se puede cantar. Yo invitaría, sobre todo a los coros rocieros, coros romeros, coros juveniles y corales a que ampliaran sus repertorios con los cantos litúrgicos y descubrieran la riqueza y la diversidad que existe en la Iglesia, meditando los himnos y los textos clásicos que nunca pierden el valor y el empuje evangelizador. También sería bueno que muchos de los compositores ofrecieran cantos adaptados a la liturgia y tuvieran calidad artística y profundidad evangelizadora y teologal. También es verdad que hay que incorporar nuevas técnicas, nuevas formas, nuevos ritmos… pero siempre con los contenidos teológicos y bíblicos en su esencia.
He tenido muchas experiencias de coros, de corales y de asambleas y tengo que señalar que los lugares donde mejor se canta son en las comunidades latinas de las que debemos de aprender mucho o las comunidades de Irlanda, que cada uno con su cantoral acuden al templo y participan con energía en cada celebración. Pues cada persona se convierte en una nota escrita que esculpida en el pentagrama de la partitura de Dios, cada uno de nosotros, hombre y mujer, jóvenes, niños y adultos somos notas que componemos… como dice Antonio Alcalde, la sinfonía de la Creación, la sinfonía del corazón misericordioso de Dios. Y sobre todo debemos ser notas de evangelización, de vida y de amor, de paz y de fraternidad; notas que hagan acordes armónicos con la Iglesia, con el mundo y sobre todo resuene en el interior de cada hombre para que nazca en cada uno de nosotros el hombre nuevo, el Reino de Dios.
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