No puede estar triste un corazón que alaba a Cristo… dice la letra de una canción del Movimiento Espiritual de la Renovación Carismática, que en el momento en que escribo este artículo se me viene a la mente y que yo tengo necesidad de hacerla eslogan en mi vida personal en medio de mis situaciones de tristeza, melancolías o desilusiones; pues todos, incluso los sacerdotes, tenemos momentos de tristezas, de desilusión y nos sentimos abatidos, algunos por algún motivo concreto que supera nuestros pensamientos y expectativas, otros por acumulación de experiencias no resueltas a lo largo de los años, otros encadenan tristezas al no saber encontrar la alegría en Jesucristo, al que tenemos que pedir ayuda siempre y en cada momento. Algunos me cuentan sus experiencias de tristezas, a la que llaman depresión, desganas o falta de motivaciones para vivir. Lo cierto es que no estamos libres de que la tristeza se apodere de nuestro corazón y nos roben la alegría de sentirnos amados por Dios Padre y encargados de construir las fraternidad a través de la alegría que debemos de poner en todo lo que hacemos, como ingrediente base en nuestra vida como cristianos.
En Proyecto Hombre, en la Comunidad terapéutica de rehabilitación de adolescentes, muchachos y adultos ante las distintas formas de adicciones, me enseñaron que era muy importante saber definir aquello que tú sientes; primero definirlo y luego buscar los por qué y los cómo se han desencajado esos sentimientos tan profundos que llegan a desesperar a cualquier persona y hacen que cambies el carácter e incluso tus mismos hábitos, haciendo de ti una persona totalmente distinta a como tú eras.
Yo me pregunto por qué siento la tristeza y cuáles son los motivos…y esta pregunta me la hago delante de un espejo mirándome tal y como soy y también me interrogo delante de la Palabra de Dios y en Su presencia. Todo este análisis lo hago leyendo lentamente las páginas escritas de mi propia vida hasta llegar a vislumbrar cuando aparecen esos síntomas de tristezas y cuáles son los acontecimientos que yo creo que han provocado ese estado de ánimo tan indeseable y que tanto daño hacen a las conciencias y a los corazones de cualquier individuo que la padece.
La tristeza acontece en un cristiano cuando éste descuida los momentos esenciales de la oración personal con el Señor. Otro de los motivos de que se acentúe la tristeza es el olvido del prójimo, el abandonar el espíritu de servicio al necesitado o el hacerlo pero pensando que es uno quién realiza la acción salvífica y no el Señor. Otra de las causas es el dar rienda sueltas a tu yoísmo y a tu ser superficial y material, al convertir el pecado en un ejercicio repetitivo en tu vida, sin mantener ningún arrepentimiento, ninguna corrección o actitud de cambio.
La tristeza también puede ser engendrada en tu misma naturaleza por motivos genéticos o derivada por otras enfermedades manifestándose en ti y dañando tu salud mental. Por lo que no hay que tener miedo a acudir a algún especialista terapéutico, psicólogo, sacerdote o guía espiritual. Es de sabios saber pedir ayuda en su tiempo y dejar que alguien desde su sabiduría y especialidad en la materia te ayude a discernir, a afrontar o a cultivar la vida en el Espíritu y la vida de tu salud.
Y un consejo: cuando nos acerquemos a alguien que está impregnado por la tristeza, en primer lugar recemos por él, seamos pacientes escuchándoles y ofreciéndoles lo mejor de nosotros, sobre todo una sonrisa sincera, un pensamiento positivo, reforzarle sus cualidades y éxitos y cómo no, hablarle de Jesucristo, que venció la tristeza con la alegría de su Resurrección y por eso Él quiere que yo y tú estemos alegres.
Nos dice un himno litúrgico en el Tiempo de la Pascua de Resurrección:
Cristo, alegría del mundo, resplandor de la gloria del Padre. ¡Bendita la mañana, que anuncia tu esplendor al universo!
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